lunes, 23 de marzo de 2009

jueves, 12 de marzo de 2009

COMENTARIO 2: MENTE Y TIC

También nuestra mente se adapta al Nuevo Entorno Tecnosocial
publicado por Fernando Sáez Vacas en la revista EL Cultural, 11-09-2008
El debate que os propongo a través de esea artículo tiene que ver con los siguientes apartados:
1.-¿ Cambiará Internet nuestra forma de pensar? Y, si es así, ¿en qué aspectos cognitivos provocará modificaciones?
2.- ¿Qué debe hacer la escuela ante esta situación: resistir, desarrollar nuevos modelos para las nuevas situaciones…?
Podéis escribir vuestras respuestas en cada uno de los blogs, después de leer y reflexionar sobre el siguiente artículo


Uno de los últimos debates públicos referidos al impacto de la infotecnología es si Internet le está afectando a nuestros cerebros. El polémico articulista y escritor Nicholas Carr ha avivado el debate publicando un texto que ya en el mismo título se pregunta si Google –el más usado buscador de Internet– no le estará haciendo más estúpido. Nos confiesa en su artículo que “en los últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien, o algo, ha estado jugueteando con mi cerebro, cambiando el esquema de su circuito neural, reprogramando la memoria”, a lo que añade que, después de una década durante la que ha pasado mucho tiempo en línea, buscando y navegando, ahora es incapaz de mantener la concentración en un libro durante más de dos o tres páginas. Contrastando su experiencia con las opiniones de diversos autores y de algún bloguero amigo, llega a la conclusión de que la Red, no sólo le suministra información que “su mente espera ya como si fuera una corriente de partículas en rápido movimiento, sino que también conforma su proceso de pensamiento”. ( )Una era de mutación. ¿No será esta tercera fase un apartado de la era de mutación que estamos viviendo? Así lo ve el novelista y ensayista Alessandro Baricco en su reciente libro de 2006 Los bárbaros (versión española de 2008), quien, aunque no se ocupa sólo de razonar sobre el impacto de la infotecnología en la cultura occidental, acaba centrándose precisamente en Google, como el instrumento representativo de la potencia, velocidad y capacidad funcional de estos avances técnicos en el mundo de la información, que conduce a sus usuarios navegantes a recorrer trayectorias, como si surfearan, pulsando sobre una secuencia de links (enlaces hacia sitios web de Internet). Tal surfing te lleva a un movimiento continuo de encadenar puntos diferentes y por consiguiente te aleja de la experiencia de profundizar en los contenidos con esfuerzo y dedicación (la cultura del esfuerzo), lo que, unido a la tendencia personal y laboral al multitasking (hacer o atender a varias cosas a la vez) propiciado por la poderosa operatividad de la infotecnología actual, genera superficialidad, provoca esa especie de patología conocida como ‘rasgo de déficit atencional’ y afecta negativamente a los procesos de aprendizaje.
Recientemente, José Antonio Marina, me hizo partícipe de su interés por el concepto de ‘tecnologías de la inteligencia’, por él entendidas literalmente como aquellas creaciones técnicas que no van dirigidas a producir cosas, sino a permitir que el cerebro humano se organice y funcione de manera distinta. Entre los dominios en los que él cree notar claramente esa influencia en las generaciones que han nacido ya en entornos digitales apunta a la gestión de la atención (menos concentración, pero más capacidad de atender en paralelo), a mayor capacidad de relacionar informaciones dispersas y al predominio de memorias a corto plazo. Por mi parte, en agosto de 2006 publiqué mi hipótesis de la noomorfosis digital, con la que me refería al “cambio de las estructuras mentales y, por tanto, de la forma misma de la inteligencia de un número rápidamente creciente de nuestros cachorros humanos, ésos a los que se ha dado en llamar nativos digitales, por su temprana e intensiva inmersión en una infoestructura cada vez más densa y extensa”.Sin duda merece la pena reflexionar sobre los diversos impactos en los humanos usuarios de una tecnología concreta, como es el caso citado por Carr, con efectos sobre “el conjunto de actividades y procesos psíquicos conscientes o inconscientes, especialmente de carácter cognitivo” (definición de ‘mente’, por el DRAE), pero, para no extraer conclusiones precipitadas y reduccionistas, tales como –por repetir una argumentación frecuente– que el libro está muriendo o que hay que reorientar radicalmente la educación hacia el e-learning, necesitamos urgentemente aprender a contextualizar las transformaciones con el conjunto de la tecnología. N. Bostrom, director del Future of Humanity Institute, de la Universidad de Oxford, escribió que “no tiene duda de que la tecnología digital está influyendo sobre nuestros procesos mentales”, algo que avalan prácticamente todos los estudios neurocientíficos. Estoy de acuerdo, pero por mi cuenta vengo señalando que la influencia tiene mucho mayor alcance: quienes usan habitualmente la infotecnología, a la que en su expresión máxima de tejido instrumental envolvente llamo la Red Universal Digital o alguna porción cotidiana de ella, entran en una esfera nueva y muy compleja, donde las nociones de tiempo, espacio, identidad, poder operativo, sentido de la acción, comunicación, inteligencia, concepto de realidad, relaciones sociales, privacidad, relaciones con el mundo material, movilidad, el concepto de yo –existe un grupo de investigación dedicado a estudiar el Yo Digital–, estructuras organizativas, educación, etc., son diferentes o muy diferentes.Diversidad de reacciones. Las tendencias que describen los autores citados, además de no cubrir más que una parcela del vasto espectro de la infotecnología, potenciado por una arrolladora presión comercial, no son generales, ni excluyentes, ni irreversibles y dependen en buena medida de la inconmensurable diversidad de reacciones y prácticas individuales, edad y entorno personal. Arcadi Espada sostiene que le fascina el lenguaje de Internet, que él piensa digitalmente, lo que le plantea problemas al escribir en papel, porque “ve” las columnas con links e imágenes. En el caso de este artículo, sin sentir su fascinación, pienso como él, y hubiera preferido hacerlo más completo y rico sobre un soporte hipertextual (‘superficie digital’ lo llamaría Arcadi) que permitiera incluir suficientes enlaces a sitios web para enriquecerlo, abriendo a los lectores el acceso a otros textos, esquemas y datos que aquí no caben. En cambio, Sánchez Dragó se ha resistido todo lo que ha podido incluso a utilizar algo tan simple como un procesador de textos y ha acabado erigiendo un monumento funerario a su máquina de escribir. L. Marinoff, en su libro de 2006 The Middle Way, sintetiza históricamente en cuatro las tradiciones cognitivas: oral, escrita, visual y digital. Argumenta que la tradición más segura es la tradición escrita, el “pilar principal del desarrollo cognitivo. Los que han aprendido y dominan una tradición escrita pueden extraer mucha utilidad, poder y rendimiento de los medios digitales”.Necesidad de respuestas. Lo que es evidente e inevitable es que se está produciendo un proceso acelerado de impregnación tecnológica de nuestras vidas, en la que la grande y creciente complejidad de la tecnología y la todavía mayor complejidad de las relaciones humanas con ella requieren respuestas muy pensadas de índole tecnocultural, que no se están dando. Aún peor, para las que ni siquiera existe un mínimo de sensibilidad y de demanda social. Afirmo que, salvo excepciones, no estamos preparados para usar con criterio ni eficacia la descomunal funcionalidad de la tecnología que pasa por nuestras manos, ni para comprender el Nuevo Entorno Tecnosocial y mucho menos para gestionarlo convenientemente y extraer lo mejor de sus extraordinarias oportunidades informativas, de comunicación, artísticas, científicas, de entretenimiento, sanitarias y operativas de múltiples clases, también educativas (incluyendo a los videojuegos, que J. Rosnay, en su libro de 1995, El hombre simbiótico, veía ya como una nueva vía de acceso al conocimiento y a las habilidades cognitivas), pero sin renunciar a lo que merezca conservarse. Necesitamos investigar y desarrollar una sociotecnología para todo ese conjunto.